Relatos
Concurso de Relato CORTO “Castro de Las Labradas”
EDICIÓN 2021
II Concurso de Relato “Castro de Las Labradas”
1º PREMIO - “ENCUENTRO DE ALMAS”
Autora: Elvira Fuente Posada
El tío Rodolfo camina delante de mí, el tintineo de sus pasos contrasta con su jovialidad.
-¡Julia! ¡Vamos a la cueva! Hoy he hecho unas sardas.
-¡Pero Olfo!¿Has ido a pescar?
-No, me las ha traído mi sobrino, que sabe que me gustan.
Llegamos a la bodega y como cada día me ofreció un vaso de vino y se sirvió otro; la cazuela del pescado se antojaba deseable.
- ¿Qué recuerdas de tu infancia?
- Ay jovencita, ¡qué tiempos! Recuerdo a mis padres junto al fuego y encima un pote de garbanzos colgados en el llar y un montón de niños correteando alrededor.
- ¡Sabes! Éramos seis hermanos. Bebíamos leche de cabra y comíamos todo lo que nos daba la tierra.
- ¿Pero compraríais algo no?
- Bueno pocas cosas, el dinero escaseaba y los comercios no disponían de mucha comida. Cuando íbamos a la ciudad, comprábamos escabeche, chocolate, aceite y bacalao.
Me relamí del sabor que tenían las sardas, picaban y tenían almarauz. El tío Rodolfo tenía una mano para cocinar...
- Pero de todos los trabajos, ¿Cuál era el que más te gustaba?
- Gustar gustar no me gustaba ninguno -se rió- el que más me animaba era cuando se trillaba. Primero íbamos a acarrear, segábamos todas las varas, seguidamente lo traíamos para las Eras y allí se trillaba; se cogía dos mulas o bueyes y se pasaba todo la trilla hasta que se separara el cereal. Después se limpiaba y se recogía en montones de grano que la gente guardaba en el granero. Lo que más añoro de esa época es el compañerismo, la humanidad, el aprecio y la unión.
- ¿Qué quiere decir Rodolfo?-pregunté.
- Pues hija, no hacía falta que pidieras ayuda a nadie, la gente se prestaba a ello, los vecinos ayudaban a barrer la trilla, a recoger y todo el mundo compartía todo.
- Entonces, ¿ve mucho cambio?
- ¡Ay Julita! Qué ingenua eres, cómo se nota que tienes solo 21 años.
- ¿Y eso qué tiene que ver?- conteste contrariada.
- Nunca nada es lo que parece, y eso lo irás descubriendo a lo largo de tu vida, de momento sueña.
Apareció de la nada Federico:
- ¡Hola paisanos! ¿Qué seguís, con las memorias?
- No, sólo son retazos de una vida, si contáramos todo, serían 20 libros - conteste divertida.
Comimos chorizo y patatas que llevó nuestro visitante y ya nos dispusimos para irnos a casa. Acompañé a Rodolfo a su puerta. Me despidió como un general. Mañana más, le dije.
-Si, mañana preparate que hay ración doble.
-¡Qué descanses!
De camino hacia mi casa mi mente no podía dejar de pensar en las vivencias que llevaba escuchando. Otros tiempos, otra vida, un sinfín de gotas acumuladas en el frasco de la existencia que nos vienen a recordar el porqué estamos vivos.
-¡Buenas tardes amigo!, ¿Qué tal estás hoy?
-Buenas nos de Dios, pero... ¿que traes?
-He hecho una tortilla, ahora que vivo sola, quiero que la pruebes.
-Donde esté mi chorizo de jabalí, que me dió Juana..
-¡Ay! ¡Lo tuyo siempre es mejor!- sonreí.
Llegamos a la bodega y me sirvió un vaso de vino como de costumbre.
Me quedé mirándolo un rato, se me asemejaba a Paco rabal, con más años, no había perdido su elegancia pese a tener los 87 ya cumplidos. Algunos tienen suerte y salud, me dije.
- ¿Por dónde seguimos hoy?- pregunté.
- Tu pregunta niña.
- ¡Voy! ¿Fuiste a la guerra?
- Desgraciadamente sí, me llamaron a filas y no me queda más remedio, llegamos a Madrid y allí me tocó luchar en el bando nacional, para mí fue algo traumático y doloroso, cayeron muchos amigos, ciudades destruidas, hambre, dolor y miseria. No era todo fácil, yo hacía caminos y puentes, el trabajo era duro y las balas pasaban por tu lado, la comida escaseaba y el miedo nos invadía. Cada día era superar un obstáculo. Una vez estuve 3 días en un tubo, participe en la batalla del Ebro y en la de Brunete, allí me hirieron en un brazo y rápidamente me llevaron a enfermería. Ahora pienso que las guerras nunca han debido de existir, el mayor error que el género humano ha podido perpetrar, el odio, la destrucción y la maldad no es el camino para una existencia en la cual estamos de paso.
Me quedé muda escuchándole. Sus palabras denotaban pena y dolor, un dolor atenuado por el paso del tiempo. Yo no sabía qué decir…
- Cuéntame algo alegre Olfo.
- Pues mira, cuando mejor lo he pasado ha sido en la yada. Nos juntábamos toda la familia y amigos y sacrificabamos al cerdo, después lo limpiabamos y hacíamos una gran comida; mi madre mataba un cabrito y un pollo, masaba dos días antes y el pan estaba tierno. Asabamos el hígado en las brasas y comíamos carne cocida en chanfaina. Los días siguientes eran fiesta, adobabamos la carne, seguidamente hacíamos chorizos y robábamos algunos trozos de carne para asar a las mujeres. Yo iba con ellas a lavar las tripas al río que siempre me daban un real.
- Mañana te veo las 7, ¿te parece bien?
- Si Julia, otra cosa mejor no vamos a hacer.
Al día siguiente me levanté contenta, habíamos hecho muchos progresos con mi amigo Olfo, me encanta escucharle.
- Hola Olfo, ¿qué tal hoy?
Me saludó como siempre, dibujó una media sonrisa en su cara. No servimos nuestro vaso de vino y empecé a preguntar.
- ¿Cómo era la forma en la cual os divertíais?
- Pues jugamos a la peonza, a las tablas, al mote, a los hincones… mi padre me hizo un coche con una lata. También jugábamos a pico zorro zaina, probamos fruta, o molestabamos a la gente aporreando las puertas.
- ¿Y de más mayores?
- De más mayores íbamos a pescar al río, lucios, carpas, truchas, cangrejos…
Nos reunimos en la plaza de los chavales y en las fiestas había música y el baile era algo que nos fascinaba. Ahí conocí yo a mi mujer… bajo los ojos algo triste y prosiguió:
- Julia, tengo que decirte algo. Mañana viene mi hija Aurora, quiere que me vaya a vivir con ella, lo he pensado mucho y es la mejor decisión.
Aquella noticia me cayó como agua fría, era lo que menos esperaba, quedé paralizada y confundida..
Rodolfo siguió hablando.
- Tengo unas plantas en la galería y quiero que me las cuidas hasta que yo regrese en verano.
Asentí, que otra cosa podría hacer por mi amigo de tantos años, cuando era pequeña me cogía entre sus piernas, su casa era mi casa. ¡Cómo le iba a extrañar!. Las despedidas son tristes y esta no es para menos, nos abrazamos, levantó la vista y me guiño un ojo; me recordó: "No olvides de ir a mi casa, las flores te esperan."
Una lágrima cayó de mi ojo, pero yo sonreía, mi amigo estaba tranquilo, alguien que va con el deber hecho.
A los dos días cogí la llave, la metí en la cerradura y entra en la casa museo de Rodolfo, todo estaba intacto, en la galería 6 plantas muy bien cuidadas, recuerdo de su querida Albertina. Las regué con mimo. Cuando pase por la cocina había un paquete en la mesa, me acerqué curiosa, en él ponía "para Julia". Lo abrí, dentro estaba su maleta de madera y dentro de la maleta, su flauta a la cual quería como su vida, y en el fondo una carta.
"Querida Julia, estos años contigo han sido como respirar aire fresco. He disfrutado de tu compañía y he aprendido tanto contigo... Me has dado tanto, tanto, que solo puedo darte las gracias. Vive y sé feliz, sé dichosa, educada, no guardes rencor, pues el rencor se enquista y endurece el alma.
Ríe, ama, ayuda, aprende, valora. Pero sobre todo respeta, se una persona íntegra y cabal."
Ahora sí que lloraba de alegría, de tristeza, de rabia, de nostalgia. Tú sí que me has enseñado a mí, tú sí que has sido un amigo en mis días grises. Tú sí que me has demostrado que la amistad no tiene edad. He aprendido tanto, tanto, que no puedo dejar de pensar que la vida pone en tu camino a personas por algo.
La cabeza me da mil vueltas y se me ocurre una pregunta: ¿cualquier tiempo pasado fue mejor?
2º Premio - EL RETRATO DE LA ABUELA
Autora: Francisca Alfaraz Esteban
- Abuelo ¿Qué haces?
- Estoy pintando un cuadro.
- ¿Y qué pintas?
- A tu bisabuela.
- Pero si la bisabuela ya no está ¿Cómo lo haces?
- Pues mira pinto de memoria porque fueron muchos años con ella.
- ¿Ves esta parte de aquí para arriba va a ser el cielo, va a ser de un azul intenso, que solo con mirarlo abrase?
De la mitad para abajo va a ser la tierra, esta tierra de color seco, que al tocarla se vuelve polvo.
Polvo que engaña porque debajo te espera la dureza de la tierra seca.
Aquí irá mi abuela en el centro. En medio de la nada, inclinada, en posición de golpear con la azada esa tierra baldía y desértica, abriendo surcos con la esperanza de plantar la cosecha.
Irá de negro como vivió casi toda su vida…
Calzado negro, media negra, vestido negro, delantal negro, pañuelo negro….
Y en ese campo desierto allá a lo lejos solo un árbol triste y seco.
La pintaré de lado sin que se vea su rostro, sin que veamos sus manos, solo esa figura negra, delgada, enjuta como la tierra que golpea.
No podría pintarla de frente porque su rostro sería como la tierra una vez labrada, un conjunto de surcos en un campo seco y dos ojos negros apagados que solo alumbraban cuando veía aparecer a los nietos.
No había amanecido cuando cogía su azada, el atijo con un mendrugo de pan y se dirigía hacia la tierra. Mas de una hora caminando le llevaba y no era cosa que el sol la encontrase sin haber empezado la faena ni haciendo sombra sobre la tierra.
Este será el cuadro… un retrato de la abuela
Todo comienza con una idea. Tal vez quieras comenzar un negocio o convertir un pasatiempo en algo más. O bien, es posible que tengas un proyecto creativo para compartir con el mundo. Sea lo que sea, la manera en la que cuentes tu historia en línea puede marcar la diferencia.
EDICIÓN 2020
I Concurso de Relato “Castro de Las Labradas”
1º PREMIO - “Dicen, dicen, dicen…”
Autor: Joaquín Pérez Turrado
Conozco un lugar elevado sólo ensombrecido por la desidia y el olvido, al que hoy se me antoja subir para recordar. Está situado a caballo entre dos valles hermanos de un mismo río, que algún día más remoto que todas las memorias juntas, eligió porque sí descender de donde viene la nieve y el frío, por el tiempo en que aquellas lejanas montañas parecen más cercanas y altas, hacia el lado del que las estrellas giran sin esconderse jamás. Es el valle del aire, y algún juguetón duende le dio la vuelta al nombre para bautizar ese río, que hoy llamamos Eria.
El otro valle está del lado de la luz, por donde el sol y la luna hacen la senda y puesta diarias. A su tímido arroyo, que muere cuando el estío, le cambió el nombre hace siglos algún agareno por el de Almucera. Aquí la tierra es más temprana; lo dicen las hojas y las flores, y las camadas de los animales.
Poco o nada sabemos, así que tratemos de misteriosos a los moradores de esta altura que la madre naturaleza dio forma de palma de mano, quizás para que la lluvia les reservara el agua, de la misma forma que nuestra palma de la mano nos permite beber de las fuentes. Y por si la escasez, de entre las peñas más altas también brota un hilo límpido y fresco al que sólo se puede acceder sorbiendo con una paja hueca o pipa.
Un pueblo que eligió este entorno privilegiado para asentarse. Nunca tuvo interés en la arquitectura, más allá de lo puramente necesario; por eso no encontramos piedra labrada, ni formas geométricas. Pero cercó sus límites con poderosas murallas, indicando su carácter ofensivo y su necesidad defensiva para con sus semejantes. Un pueblo que ignoró la escritura, pues ya tenían la transmisión oral para todo lo necesario, vinculando la sabiduría con el respeto a la experiencia; la vejez, para ellos, un grado jerárquico.
Indagar, pues, en el carácter de estas gentes nos lleva siempre al mismo destino; al de dicen, dicen, dicen…
Dicen que vestían sayos de lino o lana, que no se cortaban los cabellos, que dormían en el suelo, que comían en corro y que les gustaba la música y el baile. Poco lujo y demasiada sencillez.
Dicen que eran recolectores como el resto de seres animados; todo lo “encontrable” o necesario para persistir era capturado y traído a casa. La ley no escrita del más fuerte era innata, y se cumplía incluso más allá de su espacio territorial, con todos sus riesgos y consecuencias.
Dicen que no enterraban a sus muertos, y si lo hicieron no dejaban constancia del lugar ni de la identidad; porque para ellos lo importante fue pervivir.
Dicen que sus dioses merodeaban por los montes, entre peñas y bosques. Por eso, de cuando en cuando cortaban un árbol, lo portaban a hombros, y lo plantaban en medio de su aldea, confiando que alguno de aquellos protegiera desde la nueva ubicación.
Dicen que no comerciaban, ¿para qué? Por tanto, la moneda no tenía mayor valor que el de un pedazo de metal. Conocían el oro, abundaba en su río Eria y lo recogían para sus adornos, aunque nadie les hubiera dicho que ese brillo cegara y siga cegando a tanta gente.
Dicen, que la codicia de unos invasores por ese oro y por el sometimiento de todas las tribus, declaró una guerra desproporcionada en calidad de efectivos, pero igualada o incluso superada en arrojo y valentía por los indígenas de este lugar, que, como sus convecinos, fueron declarados por Roma como los más fuertes de Hispania.
Dicen que si perdieron pronto la guerra fue por traición de algún miserable nativo como ellos; porque mantuvieron a raya a uno de los legados imperiales más expertos en táctica militar, al mando de dos legiones y varias cohortes. Y aún así, con traición y superioridad, la lucha fue larga y encarnizada, pidiendo los vencedores como represalia arrasar el lugar cuando todo llegó a su fin.
Dicen que a los vencidos se les obligó a bajar y vivir en los valles, donde controlarlos y reprimirlos fuera fácil. Dicen que la esclavitud y el desprecio fue el motivo de nuevas rebeliones, resueltas con mayor represión.
Dicen, que si subes aquí arriba y te encuentras alguna flor de esas que llaman “de lobo”, no la cortes… no la toques… no la huelas…, porque cada una de ellas es el espíritu de los que murieron defendiendo su tierra, sus costumbres, y su libertad.
Dicen, dicen, dicen… Qué triste es no poder comprobar tanto que dicen. Bajo de aquí con la esperanza de ver algún día reconocido el auténtico valor de este lugar y de sus gentes, para que cuando vuelvan a decir… que digan.
2º PREMIO - “EL VIAJE ANCESTRAL”
Autora: Elvira Fuente Posada
La pequeña Xia se despertó junto al cántaro de agua, recordaba que su madre le había mandado al aljibe a buscar agua para beber.
Miro alrededor y solo vió una pradera y montones de piedras y senderos. Se asustó, parecía su poblado pero no había nada, ni nadie.
Miró a lo lejos y vió que se acercaban dos personas con ropajes muy coloridos y unas zamarras a la espalda. Cuando llegaron a su altura ella les pregunto:
- Bienvenidos a mi poblado, ¿Dónde estamos exactamente?
A lo cual le respondieron:
- Estamos en el castro de Arrabalde, el castro de las Labradas. Y tú, ¿Estás sola aquí?
- No, yo vivo aquí. Voy a buscar a mi madre.
Los senderistas se miraron asombrados y siguieron su camino.
Xia cogió su cántaro de agua y se dirigió hasta su casa, que estaba bastante alejada de las demás chozas. Cuando llegó solo había un montón de piedras y maleza por todas partes. Se tumbó en la hierba, miró al cielo y preguntó a los astros que estaba pasando, porque su poblado había desaparecido. Estaba oscureciendo, cerró los ojos y se durmió.
Al día siguiente al despertar estaba en su cómodo gergón, con sus pieles calentitas y vió cómo su madre avivaba el fuego para calentar leche de las cabras que poseían, y unas tortas de maíz hechas a la lumbre. Por allí correteaban sus hermanos alegremente, jugando por ese hermoso paraje.
Desayunó y se fue al huerto donde cultivaban plantas medicinales, especias para aliñar la carne y algunas verduras frescas. Todos se saludaban y cada uno realizaba sus tareas tranquilamente.
Últimamente estaban preocupados, se sentían atacados por un campamento romano asentado en Pentavonium, y ellos tenían sus mejores guerreros vigilando las murallas.
Se vivía pacíficamente en ese lugar, pero los romanos querían conquistar ese pueblo, porque desde allí se dominaban los dos Valles y estaba protegido por dos murallas.
Esa noche fueron a cenar dos familias amigas, habían cocinado un ciervo y Xia y su hermano Cedric escucharon decir a los mayores: "No tenemos otra opción, debemos huir, estamos acorralados, será pasado mañana. Enterraremos nuestras posesiones y nos llevaremos lo imprescindible".
Xia y Cedric quedaron asustados y tristes. Si tenían que abandonar su hogar lo harían. Allí habían nacido, allí habían jugado, tenían todos sus recuerdos en aquella tierra.
Sus padres los reunieron al día siguiente y se lo explicaron:
- Si nos quedamos moriremos, son muchos, son guerreros, nosotros somos pocos y debilitados. Mañana al oscurecer cogeremos lo imprescindible y nos iremos.
Esa noche todos los varones excavaron hoyos profundos y guardaron en ellos sus pertenencias, vasijas llenas de monedas, adornos, fíbulas…, todas sus posesiones.
Al anochecer del día siguiente comenzaron la huida, primero iban las mujeres con los niños, por último, los hombres y los guerreros con sus arcos y flechas. Caminaron días y días, los pies llenos de llagas, pues las sandalias empezaban a estar desgastadas.
Finalmente llegaron a un castro, el castro de Coaña, dónde tenían conocidos y los recibieron con los brazos abiertos. Se instalaron allí y nunca regresaron a su antiguo poblado.
Xia creció y un día le contó a su madre lo vivido en Arrabalde.
- Mamá allí no queda nada, solo maleza y piedras.
- ¿Por qué dices eso hija mía?
- Lo ví, muchos años después.
- Sería un sueño, querida hija.
- No madre, era muy real, las personas lo visitan para caminar.
- Nuestros tesoros siguen enterrados. Algún día volveremos.
- Sí madre, volveremos.
Xia, Cedric y su familia vivieron felices en otro poblado y las siguientes generaciones también. El espíritu de la montaña le atrajo a lo que fue su hogar, para darle el privilegio de estar otra vez donde fue feliz.
Existió y existieron, eran humanos y tenían una vida que cambio a través de los siglos. Pero su recuerdo perdurará siempre, al encontrarse sus reliquias y al dejar esa huella tan profunda en todos los amantes de la historia, la arqueología, la vida, la esperanza…